Friday, December 01, 2006

Las memorias profanadas

El hombre escucha cómo el viento trata de romper los cristales de la única ventana de su cuarto. En ese cuarto ha visto agonizar los últimos cinco años de su vida. Cinco años desde que ella lo abandonó, dejándole los recuerdos y un retrato vacío, enmarcado en color turquesa. El marco aún conserva el papel trasparente sin romper. La foto de la modelo sigue sonriendo como si siempre fuera primavera.
Recuerda el día en que lo compró, junto con aquella camarita de instantáneas. Llovía con furia, como si tratara de advertirle algo. Una lluvia que para él no ha cesado. Esperaba sorprenderla dormida. Tomarle una foto, como prueba de que por fin la vida se había acordado de él. Aprisionarla para siempre.
Hoy es su último día de trabajo en la botica, negocio heredado de su padre. Lo que tiene en la vida lo ha heredado, hasta la forma de morir. Elsa ha sido lo único suyo, al menos así lo pensaba, hasta que encontró la habitación sola. Y se quedó sin una historia que enmarcar. Petrificado. Con la cámara entre las manos.
Ante la pregunta por el retiro de sus ahorros en el banco, simplemente contesta: es por Elsa, sabe, por fin me ha escrito que vaya a su lado. Ignora la mirada que le dirigió el cajero al ir contándole, billete a billete.

El viento afuera incrementa los gritos, el cristal impide escuchar lo que dice. El hombre se levanta de la cama, va hacia la cómoda, toma la botella de mezcal. Le da un largo trago, seguido de una tos ronca y dolida, por el abuso de años.
Los billetes apretándose como gusanos entre sus encanecidas manos. La pistola comprada al velador del centro comercial, donde tiene su negocio, dormita encima de la cama.
Desde la ventana contempla como el viento mueven las hojas de los árboles, como las nubes se desplazan. Se pregunta si a cinco años quedarán restos suyos en Ella. Es lo único que lo ha sostenido durante ese tiempo. Cinco años rentando el cuarto para que no se profane el recuerdo. Y nadie pueda robarse el olor. Olor que guarda en la memoria. De nuevo el trago de mezcal acudiendo en tropel a rescatarlo.
Por la mañana, cuando vio la foto en el periódico y pese al maquillaje y la sangre en la cara, la reconoció de inmediato. Aún en sus ojos muertos brillaba esa luz que un día lo hizo palidecer. Y por una noche lo convirtió en algo más allá de un hombre, y en algo menos que un ángel. Ahora en la habitación, la misma de su primera vez con ella. De la única vez en su vida. Donde le pagó trescientos pesos por acallar la tristeza. Sentía que por fin volverían a estar juntos.
Las cartas de amor que le escribió cuando la desesperación era la única salida, cartas que se apiñan por el piso, escondiéndose unas sobre otras. Cartas que nunca supo a donde mandar. Interminables tardes, vestido con su roído traje de franela y su corbata para días especiales. Perfectamente peinado con la brillantina de sus años mozos. Sentado en la cama, con la vista en la ventana. Atento al mínimo movimiento en la puerta, escuchar el click al abrirse. Las rosas en la mano, lo marchito en la mirada.
Recurre a la botella, casi se termina. Va siendo hora de ser un hombre. A sus cincuenta años se puede intentar. Se ven restos de billetes que ardieron en un recipiente de aluminio. Sus ahorros de cinco años. Cinco años de privaciones. De duro trabajo. Son cenizas al igual que los sueños, la espera. El ofrecérselo por unos meses. Lo que pudiera comprar de su cuerpo.
La ausencia de la foto de ella.
La botella semivacía.
Los ojos descompuestos, secos.
Lo amarillo de la sonrisa.
El revólver sobre la cama.
El viento ha cesado, expectante, la historia a punto de suceder. En algún lugar, otro hombre sí jala el gatillo. En un cuarto, un hombre y una mujer se abrazan. Ella llora desconsolada, arrepentida, él, loco furioso le besa el cabello. En un cuarto no hay ningún hombre. Sólo el cadáver de una mujer.


Por:
Jesús Marín
(jesusmarin73@hotmail.com)

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