Triverde
Verde I
El número de mis pestañas
Se multiplica insuperablemente
Con cada corte de mano
Con parpadeos le sigue
El ir y venir
ir y venir
del cuchillo por el cilantro
el verde deshaciéndose en sus manos.
Verde II
Titubea, verde copa con verdea al caer, pues al manchar al verdecelón verdeará éste profundamente cuando el verdecillo deje de atravesar el verdegal para visitarlo, pues después de lavado será verdegay, y no verdeja como le gusta a él. Entonces el verdecillo irá a volar junto al verderol por el verdemontaña inundado de verdugos encantadoramente verdetes, charlarán sobre el verdinegro de la noche con una vaca de apellido verdín, mientras ésta come pasto verdiseco y sueña con las verdolagas que cosecha la verdulera en su verdusco huerto.
Verde III
Las gotas escurrieron una a una, disminuyéndose por la tela, cayendo al piso en un desbarajuste a medias: silencioso y a obscuras; mientras, yo dormía-soñaba con el olor de su cuello y gradas infestadas de gente como termitas alcohólicas y psicotrópodas, bailantinas con pequeñas faldas tableadas de colores, paraguas de fantasía, alguna sonrisa lejana y ojos afrutados.
Todo, salvo el cielo y algunas series de luces blancas dispuestas como telaraña, me indicaba absoluto negro, aunque debo confesar que al recostarme sobre una banca de parque común, sentí cálida y reverdecida mi piel.
Comencé a dormitar –aún dentro del sueño primero- y desperté –de los dos sueños- por alguna gota de agua estrellada sobre mis labios.
Había en una esquina de mi habitación un pequeño escritorio, que me servía a la vez de comedor, mesa de estudio y de operaciones para cigarros de distinta y variada denominación, en donde la noche anterior había dejado una jarra con un poco de limonada; ésta se volcó y el líquido cayó sobre el último corpiño limpio que me quedaba.
Las gotas escurrieron una a una, disminuyéndose por la tela, y así, por la mañana encontré en la mitad de mi cuarto una bonita rama de perejil, que había crecido entre la boquilla de la cerámica terrosa. Al acercarme un poco para percibir su aroma, vi entre los vértices de una de sus hojas, rodeada por una bonita red luminosa, una diminuta araña verde, feliz.
Por:
Sarahí Aguirre Granillo
El número de mis pestañas
Se multiplica insuperablemente
Con cada corte de mano
Con parpadeos le sigue
El ir y venir
ir y venir
del cuchillo por el cilantro
el verde deshaciéndose en sus manos.
Verde II
Titubea, verde copa con verdea al caer, pues al manchar al verdecelón verdeará éste profundamente cuando el verdecillo deje de atravesar el verdegal para visitarlo, pues después de lavado será verdegay, y no verdeja como le gusta a él. Entonces el verdecillo irá a volar junto al verderol por el verdemontaña inundado de verdugos encantadoramente verdetes, charlarán sobre el verdinegro de la noche con una vaca de apellido verdín, mientras ésta come pasto verdiseco y sueña con las verdolagas que cosecha la verdulera en su verdusco huerto.
Verde III
Las gotas escurrieron una a una, disminuyéndose por la tela, cayendo al piso en un desbarajuste a medias: silencioso y a obscuras; mientras, yo dormía-soñaba con el olor de su cuello y gradas infestadas de gente como termitas alcohólicas y psicotrópodas, bailantinas con pequeñas faldas tableadas de colores, paraguas de fantasía, alguna sonrisa lejana y ojos afrutados.
Todo, salvo el cielo y algunas series de luces blancas dispuestas como telaraña, me indicaba absoluto negro, aunque debo confesar que al recostarme sobre una banca de parque común, sentí cálida y reverdecida mi piel.
Comencé a dormitar –aún dentro del sueño primero- y desperté –de los dos sueños- por alguna gota de agua estrellada sobre mis labios.
Había en una esquina de mi habitación un pequeño escritorio, que me servía a la vez de comedor, mesa de estudio y de operaciones para cigarros de distinta y variada denominación, en donde la noche anterior había dejado una jarra con un poco de limonada; ésta se volcó y el líquido cayó sobre el último corpiño limpio que me quedaba.
Las gotas escurrieron una a una, disminuyéndose por la tela, y así, por la mañana encontré en la mitad de mi cuarto una bonita rama de perejil, que había crecido entre la boquilla de la cerámica terrosa. Al acercarme un poco para percibir su aroma, vi entre los vértices de una de sus hojas, rodeada por una bonita red luminosa, una diminuta araña verde, feliz.
Por:
Sarahí Aguirre Granillo